
José tiene 62 años. El domingo de la semana pasada a la madrugada, entre las 2 y 2.30, comenzó a sentirse mal. Estaba en su casa y tenía dolor de cabeza. Además, el brazo se le empezó a dormir. Su hija se asustó. Le tomó la presión, comprobó que era alta y de inmediato lo llevó al Hospital.
Lo atendió allí el médico de guardia. Le volvieron a tomar la presión, lo medicaron y lo dejaron en observación. A las dos horas el enfermero de turno le dijo que ya se podía ir. La presión había bajado y no había necesidad, esgrimió, de que permaneciera en el Hospital.
“Pero apenas puede mover el brazo”, advirtió la hija. “No es nada, es por los remedios que le dimos”, respondió el enfermero.
“Pudo haber muerto”
A la mañana José siguió empeorando. El brazo ya lo tenía completamente inmóvil. Lo mismo una pierna. La hija entonces llamó a un médico particular, que fue hasta la casa.
“Hay que internarlo urgente. Está teniendo un ACV”, le dijo el profesional.
José fue llevado al Sanatorio y los estudios comprobaron que lo que tenía, como advirtió el médico, era un ACV isquémico.
“Por suerte no sufrió ninguna hemorragia. Pudo haber muerto o haber sido mucho peor”, dijo su hija Guillermina, afligida por lo sucedido.
“En el Hospital ni siquiera le hicieron un electrocardiograma. Sólo le tomaron la presión, le dieron una pastilla y lo mandaron para la casa”, narró con comprensible malestar.
Otro caso similar
Lo que le pasó a José también le habría pasado a otro hombre. Relató Guillermina que estando con su papá en el Sanatorio llegó otro paciente al que le había pasado lo mismo. Había ido al Hospital, no le hicieron ningún estudio, lo mandaron para la casa y tenía un ACV.
“Considero que estas cosas no pueden pasar”, advirtió la mujer.
“Hoy mi papá está mejor y si bien la recuperación va a llevar mucho tiempo, por lo menos lo tengo conmigo. Pero lo que pasó no tendría que haber pasado”, afirmó con absoluta razón.