
El licenciado y escritor Gabriel Rolón vuelve a Lobos con su nueva obra “Palabra Plena”, con la que invita a reflexionar sobre la importancia de la palabra, entre otros tópicos.
En principio iba a haber una función, pero debido al interés del público, sumó una más.
Previo a la presentación el conocido terapeuta habló a solas con LA PALABRA.
¿Cómo definiría al público del interior, que todos dicen es distinto al público de los grandes centros urbanos? Usted ya ha estado en Lobos ¿cómo vivió esa experiencia y cómo cree que será la del fin de semana? ¿Qué expectativas tiene?
En realidad, cada público es único y diferente. Las funciones se dan con mucha interacción con la gente y se va armando un clima que cambia de un encuentro a otro. Nos ha pasado incluso que, en una misma ciudad, cuando hacemos dos funciones, haya una gran diferencia en la gente de la primera a la segunda función. Es lo maravilloso de este trabajo. Cada vez que enfrentás al público se renueva el desafío. De todos modos, he estado en Lobos y guardo un recuerdo emocionado del contacto que se dio con la gente. De modo que anhelo que esta vez sea igual.
Iba a dar una función y agregó otra. ¿A qué atribuye el interés del público por escucharlo? ¿Qué es lo que busca la gente cuando paga una entrada para verlo en un teatro?
La apuesta de “Palabra Plena” es pensar junto a la gente, reflexionar sobre temas que comprometen nuestras emociones y hacen a momentos tan difíciles como el duelo o el trauma. Creo y espero que el interés del público se deba a la honestidad con la que hemos encarado cada una de nuestras propuestas. En cuanto a la segunda parte de tu pregunta, la gente siempre espera algo de un artista. Si va a ver a Moldavsky espera reírse, si va a ver a Darín aguarda una gran actuación y si va a un concierto de la Sinfónica Nacional quiere escuchar una música sublime. En mi caso, pienso que el público espera pensar sobre temas que hacen a la psicología y, por qué no, disfrutar de algún momento emotivo. Por eso mi esfuerzo sobre el escenario apunta a que quien vino a verme se lleve un pensamiento, una pregunta o una emoción que no tenía al entrar a la sala. Si eso ocurre me doy por satisfecho.
En particular hablando de “Palabra Plena”… ¿Con qué se va a encontrar el público cuando vaya el fin de semana?
Con una obra que une dos géneros: la charla y la dramaturgia. Por un lado, es una conversación, una exposición de conceptos sobre temas como el dolor, las pérdidas, la diferencia que hay entre la angustia y el dolor, qué es el horror y cómo se supera, cómo cada uno enfrenta sus pérdidas y sus faltas, y por otro lado verá un relato teatral que nutre, ejemplifica y estimula esa charla y que tiene como eje el caso de un paciente con el que trabajé hace algunos años. Y todo esto en conjunto apuntando al lugar que tiene en nuestra vida la palabra y, sobre todo, a la diferencia que hay entre la palabra plena y la palabra vacía.
Usted destaca la importancia de la palabra en sus comentarios. ¿Cuál es el valor que hoy tiene la palabra en un mundo tan vertiginoso y volátil, donde la inmediatez, lo superficial y la imagen se impone por encima del diálogo y del conocimiento profundo?
La palabra nos recorre. Es nuestro límite y también nuestro horizonte. En las palabras se esconden nuestro cielo y nuestro infierno. No podemos evitarlo. Siempre fue así y seguirá siéndolo mientras haya un ser humano que pise este oscuro cascote que gira alrededor del sol. No obstante, es cierto que la forma en que la palabra nos recorre en lo interpersonal toma la modalidad de cada época. En esta en particular, el mundo nos invita a la palabra vacía, a hablar mucho sin decir casi nada. Pero está en nosotros tomar el desafío de darle a nuestras palabras un lugar diferente: el compromiso que genera la palabra plena, la palabra que lleva nuestra sangre, define quiénes somos.
En general los profesionales de la salud dicen mucho en estos momentos que se está viviendo en un estado de mucha angustia y depresión. En especial los jóvenes. ¿Es así? En ese caso ¿Cómo actuar, qué hacer para salir de esa situación?
Los analistas no somos muy amigos del “cómo”. ¿Cómo se hace para…? Porque responder esa pregunta nos arroja al riesgo de creer que existe una solución que sirve para todos por igual, y eso es negar la diferencia que implica ser un sujeto diferente al resto de los demás sujetos del mundo. Por eso los analistas somos más amigos del “¿por qué?” que del “cómo”. Y en ese sentido es importante preguntarnos acerca del porqué de esa angustia y esa depresión. De todos modos, y sin negar la importancia que esos temas tienen aquí y ahora, no me consta que en la Edad Media o en épocas de esclavitud la gente se deprimiera menos que ahora. Es más, me cuesta creer que haya sido así. Pienso, en cambio, que es probable que consideremos que esta es la peor de las épocas simplemente porque es la época que nos toca enfrentar. Y los dolores que alguien sufre se viven como si fueran los más grandes del mundo.