

Es un tipo muy raro. Siempre se lo ve con un gorro extraño, una barba muy larga y una vestimenta sacada de los cuentos de las Mil y una Noches.
Hace ya varios años que circula por Lobos en una bicicleta, dicen que vino de Capital, que hizo de actor porno, de sepulturero, que estuvo de asistente en el rincón de la “Hiena” Barrios o que se peleó a muerte con Bernardo Neustadt.
Algunos hasta comentan que está casado con una astróloga y profesa una extraña religión. Hace 44 años lo inscribieron en un registro civil del barrio de Palermo con el nombre de: Emilio Fernández Cicco. Con el tiempo se transformó en Cicco, a secas. Y ahora lo llaman Abdul Wakil.
Lo que nadie en Lobos sabe, y hoy descubriremos en exclusiva para LA PALABRA, es que detrás de esa indumentaria exótica y esa barba milenaria se esconde algo mucho más terrible: un escritor.
Cicco, como se lo conoció, y elogió, en todas las redacciones de nuestro país, fue una joven estrella del periodismo.
Medalla de oro en la universidad, editor de la revista Noticias, subdirector de Newsweek, firmó las notas más ruidosas e irreverentes del momento en cuanta revista o diario importante se imprimiera entre los ’90 y el 2000.
Hasta que se pudrió de todos; de las facultades donde enseñaban su forma de escribir o los medios que ponían sus notas en las portadas, del vértigo de la noticia exclusiva y de la polémica por la entrevista provocadora. Y descubrió Lobos.
“Fue el libro que más me costó escribir”
“Me sentí más lobense el primer día que vine a la ciudad, que lo que me sentí porteño en 35 años en Capital”, cuenta Cicco mientras se atusa la barba y ceba un mate.
Su llegada hace más de una década fue por casualidad, pero sus motivos para plantar raíces donde murió Juan Moreira fueron muy profundos: un cambio de vida. Ya había redactado miles de notas y cinco libros. Pero aún sin saberlo estaba empezando a escribir su sexta y más importante obra.
Desde Lobos viajó a Turquía y a Marruecos, investigó en la Patagonia y peregrinó a la Meca. En Medina practicó sus conocimientos de la lengua árabe y en Chipre se reunió con el más grande maestro de su extraña religión.
En realidad, es extraña de este lado del globo, de hecho en Lobos, y sin que nadie lo sepa, hay 20 conversos. Pero en el mundo son 1.500 millones de musulmanes, y sobre eso estuvo una década aprendiendo, practicando y vertiendo todo en Rock & Roll Islam, la conversión menos pensada. Recién publicado por Tusquet, una de las editoriales más prestigiosa del país.
“Fue sin duda el libro que más me costó escribir porque tiene que ver conmigo”, confiesa Cicco “no es una investigación sobre otros, es algo mucho más profundo”.
Empezó a acumular párrafos en el 2018, terminó en el 2019 y se publicó en el año de la pandemia
Cuando empezaba a clarear el día y sus gallinas ya recorrían el patio en busca de alguna lombriz medio dormida, Cicco se sentaba en frente a la hoja en blanco y volcaba miles de kilómetros recorridos y vivencias transitadas.
“Es imposible saber cuánto tiempo le dediqué al libro, fue una década de búsqueda donde puse mi vida. Pero sólo de escritura, que es apenas la parte final, habrán sido 200 horas”, explica el flamante lobense.
“Me sorprendió mucho la repercusión”, reconoce el escritor, que dentro de la mezquita que tiene en su casa lo llaman Abdul Wakil. “Desde un historietista que va a hacer un comic con el libro hasta pintores que me han enviado retratos, pasando por un calígrafo turco que hizo una obra de arte con el título”, detalla mientras inclina su cuerpo para adelante en el sillón del patio y el sol suave del otoño se filtra entre las ramas del paraíso.
También le llegó hasta al Presidente de la Nación pasando por actores, músicos y hasta los sheikh (los eruditos del islam). Incluso alas opuestas del islamismo, enfrentadas por milenios (los chiitas y los sunitas), lo han elogiado. Hasta las librerías locales lo reclamaron porque tuvieron varios pedidos.
“Me siento lobense por los vecinos, que me tratan como alguien de acá”
Esas 240 páginas repartidas en 8 capítulos se escribieron acá, a pocas cuadras de su casa.
“Lo bueno de Lobos para escribir es que tenés más tiempo libre y menos distracciones que en la Capital, eso favorece la concentración que cada día es más frágil y el escritor la necesita como el oxígeno”, elogia Cicco. Aunque también muestra la contracara: “Lo malo es que le falta más movimiento literario, más discusión, más colegas, un poco más de efervescencia”.
En la balanza –el escritor, el hombre de la barba, el raro, el tipo que apareció en Lobos–, sopesa lo bueno y lo malo y al final desequilibra la gente.
“Me siento lobense en especial por los vecinos, que me tratan como alguien de acá”, aclara, mientras suelta el mate y con cara de preocupado no quiere dejar a nadie afuera.
“Por favor, nombrá a Néstor Casal y a Nora, a Mari que vive en la esquina con el hijo, a la familia Rojas, que son tres casas en la misma manzana, en especial a Yiya, a Sergio y a Marisa”.
Emilio va pasando lista y parece, más que una descripción barrial, un grupo de afectos, de atenciones, de ayudas, de saludos sinceros desde la bicicleta. “A Olga que tiene el almacén y a Gloria que hace pizetas. Todos me hacen sentir no sólo como si fuese de Lobos, sino de su propia familia”.